LAS ZORRAS A LAS QUE AMÉ

Dejenme que por un momento emplee la funcionalidad moñas de los blogs, me gustaría escribir miles de cosas en este blog porque es algo con lo que disfruto bastante y llevo bastantes ideas pero es que llevo unos días bastante jodidos: mi pluriempleo veraniego es cada día más estresante y menos agradecido, el mal rollo con la carrera cada vez toma tintes más trágicos, algunas personas cercanas están pasando por cosas chungas o haciendo cosas raras y además este año va a ser cuanto menos, raro.

Bien, ahora toca el post de hoy:

Por el título de este artículo tal vez pensarán que voy a poner a caldo a alguna mala mujer que me dejó con el corazón hecho pedazos, aunque las ha habido, todo sea dicho; hoy hablamos de las Salomés (no, Bunbury, la tuya no) y Dalilas, las lady Godivas y condesas Bathory, las auténticas femme fatales pero llegados a la máxima expresión, las auténticas zorras.

Todo empezó con aquella vampira de Jess Franco que cautivó, muy pequeño aún, a un servidor. No me pregunten que hacía yo de tierno infante viendo esas películas (probablemente lo mismo que ustedes, vete a saber) ni si aquello fue el germen de algunas de mis futuras aficiones...en cuanto a cine y esas cosas, ya me entienden. La cosa es que a pesar de lo antigua que era la película yo le habría cedido mi cuello a aquella condesa Nadine sin que ella tuviera que hipnotizarme siquiera y que me dejara seco a gusto, una auténtica zorra pero con clase y yo no iba a corresponderla con menos de eso. Eso sí que era una vampira sensual, a pesar de toda la caspa franquiana, que bien que abundaba.



Por supuesto, que hubo más amores de 625 líneas: ahí estaban la dura y salvaje mujer de la jungla (y no por ello menos exuberante) Pam Grier, la mujer fetiche ochentera que es Lea Thompson, las por entonces emergentes Asia Argento y Erika Eleniak (que por entonces no tenía cejas de velcro) y un larguísimo etc, muchos de los nombres se me acaban de olvidar, así que les dejo que me refresquen la memoria en los comentarios, así como tantas otras vampiras del viejo tío Jess, que cortaban el hipo.

Pero lo que se dice auténticas zorras cuyo impacto sólo puede comprarse al de un agarrón donde duele llegó con el desaparecido sátiro que fue Russ Meyer y su Faster Pussycat! Kill! Kill! (de paso recomiendo la muy hortera pero muy buena hair band ochentera de mismo nombre, Faster Pussycat) donde el trío de zorras protagonistas someten a todo sujeto masculino (y humillan a la chica que no es una zorra como ellas).
Quitando a la oriental Haji, con unos ojos de rana y un papel insinuadamente lésbico pero en plan camionera embrutecida, que me parece la menos atractiva de las tres con diferencia; eran Tura Satana y Lori Williams las que me volvían realmente loco, la primera, una diablesa morena y semioriental con su eterno traje de cuero y una maldad sin fin sólo comparada con su belleza; la otra, rubia estúpida a la par que malvada que no tiembla a la hora de hacer trizas al macho objetivo, sino física, moralmente. Todas ellas, super neumáticas y con unos cuerpos merecedores del mayor piropo albañil, pero recordemos que hablamos de unas zorras exquisitas.



Lástima, o no, que el tiempo pasa y las zorras de Meyer ya no sólo han envejecido sino que se han estropeado a base de bien y al hacerse uno más mayorcito pues sucumbe más a los encantos de bellezas más inocentes y candorosas como una Scarlett Johansson, una Elsa Pataky o, en última instancia, una Monica Bellucci, que sí tiene un puntito diabólico que no le sienta nada mal.

Así pues, esta es la historia, aderezada con cierta carga hormonal, de esas bellezas de la pantalla con las que este pecador se condenaría en paz. Las zorras a las que amé, y las que no tanto.