DELIRIOS OTOÑALES
Tengo muchas cosas y chorradas de las que hablar ya que hace tiempo que no me conecto, puedo hablar de mi nueva pasión televisiva que es Enterprise (como ya sabía desde antes que se estrenara), puedo meter mis pequeñas y mundanas cuñas deportivas (que por cierto vaya dos partidos que ha hecho el barça esta semana), o bien de la cantidad de prensa que nos hemos traído hoy a casa con motivo del estreno de una nueva rotativa que ha desembocado en una pequeña batalla editorial, por no dejarme el dvd de Europe que me he agenciado que tanto me gusta por el cariño que le tengo al grupo pese a la etiqueta de horteras y bonjovis que siempre han tenido. Me dejo también el momento en que se me heló la sangre en las venas al ver el astronómico precio (nunca mejor dicho) de la primera temporada de Star Trek: TOS en dvd (ya lo verán ustedes y comprenderán) y de como estoy abriéndome paso entre concursos televisivos e internáuticos para hacerme con la trilogía original de Star Wars en glorioso dvd, como no.
Pero todas estas ideas necesitan ser ordenadas en mi cabeza y todos sabemos que mi demiurgo no funciona del todo bien por culpa del mal del mes: la caída de la hoja y todo lo que supone, vulgo otoño. Este viernes ya estaré encajado en una hilera de pupitres (bueno, no se que día voy a tener clase al final, cosas de la facultad) y, mientras tanto, el gris, siempre el gris, como dije en su ocasión.
Así que como ya he hablado bastante de esta estación y ya hubo otro que lo hacía mejor no se me ocurre nada mejor que leer un rato al gran John Keats, este era su otoño.
Oda al Otoño
Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.
¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
sentada con descuido en un granero
aventado el cabello dulcemente,
o en surco no segado sumida en hondo sueño
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta
la próxima gavilla de entrelazadas flores;
o te mantienes firme como una espigadora
cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar con paciente mirada
ves rezumar la última sidra hora tras hora.
¿En dónde con sus cantos está la primavera?
No pienses más en ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,
cual lastimero coro los mosquitos se quejan
en los sauces del río, alzados, descendiendo
conforme el leve viento se reaviva o muere;
y los corderos balan allá por las colinas,
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta
y trinan por los cielos bandos de golondrinas.
Pero todas estas ideas necesitan ser ordenadas en mi cabeza y todos sabemos que mi demiurgo no funciona del todo bien por culpa del mal del mes: la caída de la hoja y todo lo que supone, vulgo otoño. Este viernes ya estaré encajado en una hilera de pupitres (bueno, no se que día voy a tener clase al final, cosas de la facultad) y, mientras tanto, el gris, siempre el gris, como dije en su ocasión.
Así que como ya he hablado bastante de esta estación y ya hubo otro que lo hacía mejor no se me ocurre nada mejor que leer un rato al gran John Keats, este era su otoño.
Oda al Otoño
Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.
¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
sentada con descuido en un granero
aventado el cabello dulcemente,
o en surco no segado sumida en hondo sueño
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta
la próxima gavilla de entrelazadas flores;
o te mantienes firme como una espigadora
cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar con paciente mirada
ves rezumar la última sidra hora tras hora.
¿En dónde con sus cantos está la primavera?
No pienses más en ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,
cual lastimero coro los mosquitos se quejan
en los sauces del río, alzados, descendiendo
conforme el leve viento se reaviva o muere;
y los corderos balan allá por las colinas,
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta
y trinan por los cielos bandos de golondrinas.
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